Piedra y Acero

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Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

18 de noviembre de 2011

Manos con magia


Cuando mi tía Encarna nos decía que iba a hacer flores, segregábamos saliva como el perro de Pavlov. La tía Encarna creaba flores como un hada con su varita mágica. A nosotras, las que más nos gustaban eran las que se podían comer: sabían a churros con azúcar. También confeccionaba flores de lana o de perlé con ganchillo, y flores de papel maché que coloreábamos juntas. Flores de tela y de cuentas de colores. Flores con agujas de tejer. Y minúsculas flores sobre un mundillo lleno de alfileres, donde sus manos seguían un ritual enloquecido y experto: cruzando hilos y bolillos; dando forma, por arte de magia, a doradas, cobrizas y plateadas flores, como si de adornar un vestido de princesa se tratara. Mi tía Encarna era la maga de la familia.
Ir a su casa, entrar empujando la puerta, era un juego continuo: vivir cada día un cuento distinto. Aunque siempre estaba abierta, yo prefería llamar. Me gustaba repicar, con fuerza, la mano de metal que colgaba manteniendo una bola entre sus dedos, y que sonaba como el xilófono de mi hermano mayor.

⎯¡Hola, tía! ¿Qué estás cocinando? ⎯mi hermana y yo saludábamos desde la puerta, mientras, embobadas, mirábamos a la maga en su laboratorio del castillo. 
Con el delantal anudado a la cintura, la blusa arremangada hasta los codos, las manos empolvadas de blanco, las mejillas encarnadas ⎯como su nombre⎯, y la sonrisa de oreja a oreja, mi tía Encarna nos invitaba a pasar. La cocina estaba llena de cacharros, harina extendida en el fogón, masa para galletas con formas divertidas, un cuenco gorjeando chocolate, otro con crema, dos fuentes de loza esperando algo recién hecho, y buñuelos sobre otra fuente grande y plana, como una inmensa margarita plateada. El olor y el calor de la cocina acariciaban el olfato y la piel. Era dulce y acogedor, entre tahona y pastelería. Mezclaba sabores, probaba texturas y conseguía formas distintas para nosotras. Eran juegos de niñas en manos maestras. 

Nuestra madre tenía que llamarnos para que volviéramos a casa, se nos olvidaba que los cuentos no son interminables. Pero la tía Encarna, siempre, nos excusaba con su hermana:
⎯¿SÍ?... No, no están, ya se han marchado. Estarán a punto de llegar.
Sin esperar a que la tía colgara el teléfono, le decíamos adiós con una mano y le tirábamos un beso, mientras cogíamos un buñuelo con la otra. Bajábamos de dos en dos las escaleras y salíamos corriendo a la calle, riendo, a ver quién llegaba antes a casa. 

⎯¡Nos vamos a casa de la tía Encarna, mamá!
⎯Que no tenga que llamaros para que volváis ⎯gritaba mi madre, a nuestras espaldas, mientras cerrábamos la puerta sin tiempo para contestarle. 

Nunca nos aburríamos, no sabíamos qué nos íbamos a encontrar, cada tarde, en su casa. Eran una o dos horas, después de hacer los deberes del colegio, compartidas con la maga. Nos hacía disfraces para carnavales; estrellas, angelitos y guirnaldas para Navidad; vestidos para las muñecas; gorros, bufandas y manoplas para nosotras; ositos de lana y fieltro rellenos de espuma y arena… 
Su casa siempre parecía una fiesta, una fábrica de sorpresas. Transformamos el mundo con ella: le dimos colores, formas, sabores, olores... Mi tía, siempre estaba sonriendo e inventando. De mayores, queríamos ser como ella. 

Pero a veces, las varitas mágicas de las hadas pierden la purpurina y los polvos mágicos, dejando a sus dueñas desprotegidas. Entonces, las hadas buenas enferman y no recuerdan qué es una flor, ni distinguen entre las que se pueden llevar a la boca y saborear como churros con azúcar, de las que son de papel maché, bolillos o ganchillo. 

La tahona, la pastelería, la fábrica de sorpresas se ha quedado a oscuras. La carroza es una calabaza, los cuentos no son eternos, a las doce en punto toda la magia desaparece, aunque en su huída se pierda un zapato de cristal o los recuerdos y la esencia de una vida. 

Mi tía Encarna no nos ve, cuando le acariciamos no nos mira, parece no sentirnos, no muda su gesto, no dibuja muecas ni transmite reacciones o emociones. A veces nos acerca su mano, pero es para pegarnos y parece estar enfadada: se enzarza en peleas o riñas monosilábicas "¡Ti, ti, ti, ti, ti, …!", con nadie, y llora. Nunca nos reconoce, no se alegra ni disfruta con nuestras visitas, pero sobre todo no podemos consolarla, no podemos disipar o apartar la tristeza que oprime su vida y nuestro corazón. Apenas come, está huesuda, es una calavera triste sobre un cuerpo raquítico, encorvado: ropa colgada sobre un sillón anatómico.
No queda nada de mi tía Encarna, cualquiera, hasta mi hijo de doce años, podría cogerla en brazos, si dejara que alguno de nosotros la tocara. Ya no hay maga ni toque mágico en mi vida. Ahora, somos una familia normal…

(Petra Acero. 18/11/2011)



10 comentarios:

  1. Si en cada familia hubiera una "tía maga" como la tuya................otro gallo nos cantaría.

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  2. ...Pues no es un invento literario. Este cuento es feliz y dura realidad. Solo tuve que pensar en ella (en mi tía Encarna) para que saliera solo.

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  3. La magia es el recuerdo de vivencias en tiempos de inocencia. Creo que describes la magia de lo cotidiano, de lo que sucede a tu alrededor, aliñado con imaginación importada y emociones propias y sugeridas. Bueno, creo que debes mejorar tu léxico y tus composiciones; pero lo haces muy bien porque pones empeño y tienes contenidos sencillos, que llegan. Sigue así. Me gustan tus relatos y pretendo seguir tu evolución.

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  4. Mariscal de Torre Rubia, me enorgullece contar con la nobleza entre mis lectores. Espero seguir "enganchándole" para que no abandone ocupación tan enriquecedora como es la lectura (la que nos brindan los buenos escritores: ¡Cómo se disfruta y se aprende de ellos!). Pero entre genio y genio, se puede echar un vistazo a internet, a los blogs... Saludos

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  5. Qué triste!!
    Me gustan tus finales "terrenales". Nos subes, nos subes, como en una montaña rusa... y luego la caída. Bien.

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  6. Es maravilloso como los niños perciben la magia que hay en la gente. Tu lo has descrito muy bien.

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    1. la mirada infantil, no la deberías perder nunca.
      Hola, Grande.
      Bienvenida al blog.

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  7. El problema de tu tía está cada vez más extendido, y es una verdadera pena.
    Tu recuerdo la mantiene como era.

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  8. un dia mas leo algo de tus historias me llegan al ALMA

    te admiro

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    1. Hola, Apicultora.
      Solo por comentarios así merece la pena escribir.
      Este relato, aunque parezca lo contrario, es una historia alegre, derrocha felicidad, inocencia, admiración por una persona, que se fue muy pronto,... aunque la veíamos todos los días delante de nosotros.

      Un abrazo.

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