Piedra y Acero

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Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

18 de noviembre de 2011

La carnicera



La carnicería era suya. Para conseguirla había vendido y comprado todo tipo de carne, incluso la reflejada en el espejo que tenía enfrente, en la suite “Princesa de Éboli” de Barcelona, donde efectuaba transacciones de lujo.

La primera vez que se vendió ya no sintió nada: aceptó dinero por nada.

Dolor, repugnancia, locura, odio, terror,... Un veintiocho de diciembre, mientras los culpables se deformaban aumentando de tamaño, ella descompuesta, desaparecía por dentro. Nunca lo olvidará. El orfanato celebraba el día de los Santos Inocentes, e Irina cumplía doce años. El director recaudó la entrada a espectadores interactivos. Festejos nocturnos sin dulces ni amigos. Fiesta clandestina en el sótano. Mandaban los mayores, no valían reglas infantiles ni juegos regalados. Aquella noche, su carne, escudo contra violentos guerreros, aguantó los envites llorando. Cuando cerraba los ojos, los luchadores respondían con sus jadeantes puños animándola a la vida. Obligándola a observarlos: distorsionados, a través del verde empañado de sus lágrimas. Desgarrada, aplastada hasta que el último jinete, sudoroso, recupera su bota entre la maraña rubia de Irina, y da por finalizada la batalla. Quieta, muy quieta. Abandonada, destrozada: carne fresca, mordida; carne joven, mutilada; carne libre, vendida.
Apenas tres cicatrices a estrenar, recordando lo perdido: el alma extirpada por laparoscopia.

Hoy, dos hojas verdes de hiedra sedienta miran a su alrededor con frialdad animal. Irina, rodeada de carne roja comestible, marcada por seguridad, por orden ministerial, calcula con pasión vegetal, espacios, tiempos y acciones. Todo planificado y dispuesto para sobrevivir este invierno. Venenosa hormiga camuflada por capas de belleza primaveral. Laboriosa cigarra hipnotizada como diosa griega estática, inmortal.

Los recuerdos que guarda son grises: babis grises puestos en fila para comer; largos camisones grises para soñar en blanco y negro; vara y pupitres grises para aprender a no reír; sombras grises, que giran, degradadas, como molinillo enloquecido entorno a un núcleo verde cálido: el llanto que la acaricia hasta que la desconocida sale corriendo. Irina escucha cómo huyen las pisadas en una carrera contra el silencio. La dulce lluvia verde de otros ojos como los suyos, le deja huérfana de besos y abrazos maternos. Irina se queda sola: atillo cubierto por un sudario gris, entorpeciendo el acceso del orfanato. Llora, mojando de verde su sediento rostro de leche.

A los doce años, por las mañanas trabaja en la carnicería de sus violadores, y por las noches practica con los carniceros. Los hermanos se turnan e Irina madura una venganza de mayoría de edad. Afila cuchillos y machetes; limpia tarjadores; pesa y empaqueta mercancías; sirve y atiende a demasiados clientes.
Pasan los meses e Irina cumple años. Corta, desmiembra y filetea el género: cerdos sanguinolentos con ojos de corderos degollados tumbados sobre sábanas húmedas de deseo, mortajas para fosas comunes en tumbas anónimas. Huérfana de maestros y profesora de aprendices, Irina vende y compra, sobrevive y hereda.
¿Cuántas carnicerías enriquecen sus posesiones?
Vence y camufla su miedo, su dolor e impotencia de una matanza por el odio, la venganza y locura de la siguiente; Irina se transforma en la Gran Matarife.

Un mercado de carne joven y fresca. Una formación vertical a lo largo de todas las posturas sociales. Irina invierte en remodelar y amueblar futuros imposibles. Camas alineadas, con suaves colchas de color verde lluvia. Babis verdes en torno a mesas de frutas y dulces. Aulas luminosas, de verde cielo, donde aprender jugando.
Irina revive, en niñas sonrientes, una infancia huérfana, vendida; su guerra juvenil: escudo usado por manos enemigas en luchas adultas; la agonía de animales, que muertos no le hacen daño.

Irina no tendrá hijos: de la nada, nada nace. Velará por las hijas de otras lluvias verdes, azules o marrones (lágrimas de madres desafortunadas). La carnicería cobijará virginidades, sueños, y alguna cosa más de niñas sin futuro.

Cuando abre los ojos, entre nubes, el aeropuerto de Barcelona y sus paneles verdes como hiedra transparente, todavía habitan su memoria: siluetas grises, en borroso aquelarre, contaminan la pureza del color.
En las alturas, vuelve la realidad gris: el mar ya no es verde, ni el cielo, ni las nubes. Irina no podrá crear porvenires ni mejorar futuros ajenos. La carnicera descubre cómo una sucia pezuña asoma del traje de su compañero de asiento. Su piel se eriza con el tacto pegajoso; sus piernas permanecen apretadas, rígidas: un estallido rojo inunda el avión. Siempre rodeada de cerdos sanguinolentos.

(Petra Acero. 18/11/2011)


8 comentarios:

  1. Es profundo y me gustan las metáforas de la "lucha".
    La pregunta ahora es:cuando es la siguiente entrega!
    Un saludo

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  2. Akaki, veo que estás preparado para las emociones fuertes. Las tendrás muy pronto. Y continuaré con las metáforas: asoman la cabeza buscando aire, negras, como las teclas de las que se escapan.
    Encantada de hablar contigo.

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  3. Me gusta la forma. El contenido triste.
    Saludos

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    1. Gracias por participar con tu opinión en este blog.
      La forma es importante, me alegro que te haya gustado.

      Saludos

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  4. Imágenes y metáforas continuadas...
    Me ha impresionado el contendo tan brutal.

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    1. Es lo que tienen las metáforas, con sus significados tan ricos y amplios...
      Una vida tan llena de injusticias, desgracias, abusos,... es difícil de enderezar. Sobre todo los daños psicológicos. Esa era mi intención: narrar desde dos puntos de vista. la Irina deseosa de ayudar a las niñas sin futuro y la Irina marcada, enloquecida por su vida de maltratos y muertes.

      Espero que lo haya sabido transmitir.

      Saludos.

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  5. ...pensaba que iba ha terminar como un cuento rosa...
    Me ha gustado que no haya sido así.

    Saludos, Petra.

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  6. No, no es "rosa" la vida de la Carnicera. Aunque su intención fuera dulcificar o allanar otras vidas huérfanas... ni eso será "rosa".
    Me alegra que te haya gustado.
    Encantada de tenerte entre nosotros, Obsevador.

    Un saludo.

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