Me quedé mirando a sus ojos mientras le meaba. Asomaban rabiosos entre trasquilones repeinaos de niño rico.
Águs había sido un chaval normal hasta que murió su padre. Recuerdo que vivía al final de mi calle, junto a los huertos, en una chabola sin humo en la chimenea, sin cartones en las ventanas ni chucho a la puerta… Hasta ese mal día en el que su tío, por parte de madre o de padre o vaya usté a saber por parte de quién, vino a desbaratarlo todo.
Llegó con su carromato a reventar, renqueando entre la polvareda: inflando envidias.
Decían que vivía de noche, que no era de buena calaña. Decían que acabaría mal, que no era de fiar. Decían y decían a sus espaldas… (soniquete de afilador que nunca termina de llegar), pero todos le rondaban como gatos lameculos recogiendo migajas.
Águs cambió de ropa, de gesto y de amigos. Creció para andar a la par que su tío, vociferó para alargar su eco, fumó para imitar su aliento… Quizás la envidia acelere mi lengua, pero nunca enturbió mi olfato.
Ayer me echó de su puerta a puntapiés blancos. Nos miramos… Levante mi pata y salpiqué sus zapatillas nuevas. Agustín, sin parpadear, ¡silbó! Una bestia de colmillos relucientes me obligó a correr. En el basurero me escabullí, dejándole con su mordisco por estrenar... Babeando de alegría comprendí que la suerte seguía en mi barrio.
Este es mi soplo para el Vendaval de Microrrelatos 2013 , que está teniendo lugar hoy, ahora... en toda la blogosfera terrícola!!