Cuando Elsa me abandonó, el ritmo de mi vida adquirió una cadencia monótona, pendular, como ese columpio oxidado que nadie quiere empujar… Además, ¡extrañaba tanto a nuestra pequeña Lola! Por eso decidí reclamar la custodia compartida.
Elsa se presentó con su abogado de siempre: su padre, mi mentor (un señor obeso, vestido de luto, con pinta de vicario de la Edad Media o la posguerra española; uno de esos abogados que, profesionalmente, en un baremo del cero al diez, conseguirían un doce), a quien nuestro divorcio le resultó pan comido, y quien, tras el mismo, me invitó a abandonar el puesto de trabajo que ocupaba en su bufete.
Pero, hoy, la Ley se inclinará a mi favor: Lola no es una de las muchas pertenencias de la familia de Elsa… Y, sobre todo, el cariño de un perro (perrita en nuestro caso) no entiende de méritos legales ni posición social.
Este relato ha sido seleccionado en el mes de marzo, en el Concurso de Microrrelatos sobre Abogados, que organiza el Consejo General de Abogacía Española.
Hacía mucho que no subía al blog los micros que me han ido seleccionados en este concurso...
¡Pues ahí va este último!
Las cinco palabras clave a incorporar en el relato son las que aparecen en negrita en el mismo.