Piedra y Acero

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Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

18 de noviembre de 2011

PITI Y "PETA"


Nunca la volveré a ver. No pensé que se pudiera extrañar a un animal que, de haber entrado muerto en casa, nos lo habríamos comido escabechado, como tantas otras veces que mi padre volvía hecho un cristo del monte, alterando la estética reluciente de la cocina de mamá. Papá exponía sus trofeos de caza menor en periódicos del sábado, sobre el gres rústico, pisado de puntillas.
En dos partes de aceite por una de vinagre, la palidez de la carne escabechada contrastaba con el negro aceitoso de canicas de pimienta, cruel alegoría de perdigones que traían las presas a mi plato, durante prehistóricos domingos otoñales de veda abierta. Como mala hierba entre pureza y luto (no todo es blanco o negro) emergían con rabia indomable (antes quebrarse que doblarse) enormes hojas verdes, impregnando de olor a laurel el escabechado gelatinoso: “¡Lo comes o no hay postre!”.


En el reino de mamá tiranizaba la armonía del roble y el nogal, el orden cromático de marrones a ocres, y la pulcritud de María del Pilar Gómez: se sentía orgullosa de su puesto de trabajo. Por eso, las piezas de la práctica cinegética, con pelos y plumas planeando entre halos luminosos cribados por minúsculos agujeros de batista con cenefa bordada, se alineaban en el suelo, evitando rozar cualquier superficie de su cocina. Descartado, por decreto real, utilizar de escaparate la encimera de helado de vainilla con virutas de melocotón y miel caramelizada. Papá y yo preferíamos respetar el santuario femenino, virgen de manchas y marcas de dedos, antes que enfrentarnos al humor avinagrado (dos partes de vinagre por una de aceite) de la reina María de Pilar. Mis suspensos esperaban a la telenovela, cuando mamá estaba más sensible y cariñosa. 

Piti no fue a la cazuela como sus congéneres muertas, pero resultaba una mascota rara. Nunca la saqué al parque a que hiciera sus necesidades, jugara entre la arena y los árboles, o chapoteara en la improvisada reguera que, diariamente, evitaban los mayores y mantenían viva, manipulando la fuente central, pequeños adeptos de manos y suelas embarradas. 
Nadie del barrio tenía una mascota como la mía. Sé que el “Peta” hubiera callado risas y burlas a mi alrededor, pero preferí no comprobarlo. El “Peta” era explosivo. No le gustaban los problemas, tampoco los rehuía. De cara pecosa, metro y medio de estatura, y mirada cincuentona, el “Peta” era, a los trece años, el chico más respetado de la pandilla. Como no tenía sentido del humor, explotaba por nada. 
Piti no hubiera sobrevivido en el parque. Los asiduos de los areneros la habrían empujado con sus ladridos a juegos peligrosos. Ella, hueca y ufana, correría presumida a saltitos, marcando pequeños tridentes en la arena: huellas de desventaja contra jóvenes titanes husmeadores. Un circo de perros contra perdices: poca sangre para tanta arena. “El parque no es un lugar seguro. Cuando se llene de gamberros y drogadictos, tú a casa” me aleccionaba mamá. Por eso nunca saqué a Piti a la calle. El “Peta” no me habría fallado, sus puños tomarían vida, cual Mazinger desempolvado, impartiendo justicia tecnológica. Ya me libró de leones en circos más evolucionados, pero igual de duros y crueles. 

Mamá, tras problemáticos abortos y alguna inseminación artificial, logró su deseado embarazo y parto natural. A mis diez años vestía, calzaba y me peinaba como el muñeco de mamá. Me había convertido en su “gran parida”. Pedro Amancio Valdés, el “Peta”, de un solo golpe destruyó mi imagen de perdedor, de nenaza. Me salvó la vida. 

El “Peta” mostraba maneras de líder, de triunfador. Era el tío más legal y menos normal del barrio, del colegio y de todo el mundo que yo conocía. Sabíamos que llegaría lejos. Tal vez no a la cima, donde está ahora, pero más o menos a esa altura. 

Piti cantaba y cantaba sin que yo lograra distinguir sus matices emocionales: no la entendía. Yo era un hombre, gracias al “Peta”. Ella, femenina, toda expresión y máscara impenetrable. Mamá me decía que no le dedicaba el tiempo suficiente. Que con tiempo y cariño consigues, de los animales, más que de algunas personas desagradecidas, y empujándome me echaba de su cocina cerrando la puerta. Estaría en esos días especiales de las mujeres. 

¡Pero qué vacío sentí cuando se fue! Un accidente lamentable con final doloroso, sobre todo para mis pies ensangrentados, como penitentes en viernes santo: sin hermanos cofrades arropando la soledad nocturna, sin más costaleros compartiendo mi lamentable búsqueda ni saeta inundando el aire pegajoso, de sentimiento a voces. Solo en la noche, en la oscuridad reflejada sobre el río de cristal opaco, ahumado, como las gafas que nos construímos el año pasado para espiar el eclipse. Agua entre piedras enemigas, restos de botellones parranderos, plásticos y tetrabrik: medusas y lapas chupando mis ignorantes piernas desnudas, colonizadoras de un río traicionero. 

El pasillo era largo y oscuro, dividido por una pesada cortina granate con dibujos en relieve, escondite de monstruos inconfesables. Yo pasaba corriendo, golpeándola a traición, aboyando el aire de su barriga como un "Peta" sin madera de líder. Hasta que mamá, con un grito, interrumpía mi lucha a muerte. Piti no compartía mis miedos ni mis gustos. Venía corriendo al campo de batalla y, cual gallina faldera, canturreaba acusica las bajas a su reina. 
Con voz de gorgorito consiguió lo que en doce años llevábamos intentando papá y yo. María del Pilar limpiaba sonriente: “¿Dónde ha hecho caquita la niña de mamá?”. Piti no era de las que esperaba a la telenovela. Yo, ni me atrevía a tocar la encimera. 

Al mes de estar en casa Piti, a penas una fina cicatriz recordaba la mala puntería de papá. Entonces, mamá le cortó las alas para evitar que se fuera. A mí me dejó volar, pensando que pronto volvería como desastroso hijo pródigo. Se equivocó con ambos. 

Una noche modorra de agosto, con las ventanas abiertas de par en par, Piti aprovechó el descuido de sus vigilantes confiados y se asomó a la calle. Asustada por los gritos de mis padres, mientras se imponían calma, cayó a la acera. Fuera del reino se quedó paralizada, aturdida mientras escuchaba la voz de las alturas lloriquear de impotencia. Bajé las escaleras desde el tercero, de dos en dos, hasta la gran puerta de cristal biselado. Piti me sonrió arqueando su antifaz de perdiz: me esperaba. Fue la única vez que nos miramos, bajo nuestras máscaras, reconociéndonos. Separados únicamente por nuestros reflejos.
La vecina del primero, como gato negro, quiso ayudar. A partir de ahí los acontecimientos resultaron catastróficos: ante el nubarrón que se le venía encima, Piti repitió su segundo vuelo de la noche. “¡Se ha ido hacia el río, Pedrito!”. Corrí, perdí una chancla y la cobardía. La llamé a gritos, sin importarme burlas o cuchicheos. Me descolgué por la barandilla del puente, bajé dos terrazas de hormigón hasta llegar al agua. Buscaba una perdiz indefensa, mi infancia deshabitada, la aceptación de mamá…

La pérdida y la muerte desvirtúan el recuerdo. El cerebro, experimentado restaurador, escoge experiencias, las mezcla con maestría y, como chef generoso, las adereza enmascarando acidez y amargura; ofreciéndonos, en bandeja de plata, nuestra vida restaurada: dos partes de ficción por una de realidad. Un pastel de recuerdos horneados, recalentados, pero más humanos. Historias irreales para compartir en celebraciones familiares: la alegre y tierna mirada de una madre cariñosa, cocinando entre divertidos toboganes de luz, que atraviesan la cortina de batista blanca con cenefa bordada, frente a la encimera de ámbar engarzada de caricias y abrazos. Huellas que María del Pilar no querría limpiar.


(Petra Acero. 18/11/2011)

9 comentarios:

  1. ¿No lo has entendido? Akaki, hoy estás espesito, ¿eh?

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  2. Espesito, espesito? encima! Señorita Petra esta es ni interpretación de Mmmm: http://www.soundsresource.com/es/efectos-de-sonido/personas/acciones-humanas/mujer-saboreando-mmm--21240-7-48.html

    Mmmmm( este si que ya no es el mismo que al anterior...jeje)

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  3. Bueno, bueno... Esto ya lo cambia todo:) Es que me cuesta no ver segundas intenciones en tus "honomatopellas"

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  4. Hola, Ciudad-ana, me alegro. Esto anima a seguir. Gracias

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  5. La gente tiene las mascotas que quiere, pero la del ralato es...... es un poco rara......

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  6. ...poca cosa es este comentario.
    Monte Orbea, ¿qué te ha parecido la "historia"? ¿Se entiende el paralelismo madre-perdiz o que la pérdida revaloriza lo perdido? En otros comentarios te has explayado más...

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  7. Interesantes comparaciones femeninas. Sigue escribiendo así Petra.

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