Piedra y Acero

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Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

11 de noviembre de 2011

La vanidad de la gárgola



Había una vez, hace seis siglos, una gárgola que quería ser humana. Despreciaba sus garras esculpidas en granito, su joroba de escamas, sus desproporcionadas orejas y el ridículo cuerno que deformaba su frente. Desde su privilegiada posición, en la catedral, podía observar y participar en la vida de la villa. Mas lo que hasta hacía unos meses le resultara fantástico y único, ahora le parecía ridículo y vacuo: escupir a truhanes y mendigos; calar a hidalgos y holgazanes; mojar bonetes, capas, mantos y sayas; incluso lo que más le divertía entonces y donde más agua derrochaba: jugar con los niños, mientras sus risas desdentadas y hambrientas se mezclaban con chapoteos descalzos, ingenuos, pícaros o maliciosos... Pues, desde Pascua, se pasaba las horas muertas, como su cuerpo de piedra, contemplando los vanos ojivales del palacio ducal, frente a la catedral, donde un día descubrió al ser más extraordinario que, en su centenaria existencia, contemplara jamás.



Hacía un viento húmedo y frío esa mañana de mercado, pero como cada lunes, la plaza rebosaba actividad. Sus ojos saltones se ocupaban en buscar el carro cargado de patatas y cebollas que, de madrugada, había despertado a vecinos y forasteros con su lento y famélico chirriar. Como ella no perdía el tiempo durmiendo, al contrario que los humanos, disfrutó contando los insultos y las porquerías lanzadas desde las ventanas, al paso destartalado de la vieja pareja de bueyes.
Ahora, a la luz violeta del alba, quería comprobar si alguien reconocía al carro sonámbulo. Sobre su perspectiva catedralicia, este le quedaba parcialmente oculto por el pórtico de la plaza y los mirones. Entre tanto curioso, un joven desconocido llamó su atención. Era una figura menuda, y bajo su sombrero, de ala con hebilla dorada, se desparramaba una larga y abundante melena rojiza -desde su posición elevada, clasificaba a los humanos por los cabellos o tocados-. Sus ademanes le recodaron el ágil y sensual ritmo felino; su vestimenta, un acaudalado mercader; su lenguaje (era en estas ocasiones cuando más orgullosa se sentía de sus tremendas orejas), un instruido bachiller; y su porte y distinción, una cuna noble.

Controlaba, hipnotizada, los gráciles movimientos que hacían danzar tan corta capa y larga cabellera, a un compás atrevido. Seguido por dos siervos, cargados con las abundantes mercancías adquiridas, traspasó con botas relucientes -como la espada que asomaba bajo el fino paño adamascado-, el portón del palacio ducal. Cruzó el patio de carruajes y las cuadras, en dirección a las cocinas, ahí le perdió de vista.

Cuando las sombras empezaban a menguar, concentrándose en torno a los cuerpos, y únicamente su cuerno proyectaba una estrecha franja gris, que dividía su rostro en dos, descubrió a la misma melena del mercado -encabezando una cohorte de doce sirvientes con bandejas, hacia los jardines laterales del palacio-, coronada con una diadema de perlas y envuelta, ahora, por sedas, brocados y encajes.

¡Era una dama! La dama roja se había comido a su caballero rojo. Era un cuerpo con dos naturalezas, o dos seres luchando por un mismo cuerpo. ¡Cuán insignificante y común se sintió! Su descubrimiento hirió su orgullo, su arrogancia. Ya no era un ser único. Ahora, no tenía nada de fantástico ser una gárgola: mitad humana, mitad bestia. Su personaje había perdido el encanto del cuento: la magia de lo sorprendente, de la exclusividad. La existencia del ser pelirrojo era más misteriosa que la suya. Ella sólo era un unicornio con garras de león y cabeza humana, que hacía gárgaras con el agua de la lluvia.


(Petra Acero. 11/11/11)

4 comentarios:

  1. Interesantes relatos, no se puede decir mas en tan pocos renglones. Los lees un día y te dicen una cosa, los lees otro día y te dicen otra cosa distinta. eso lo consiguen muy poquitos escritores. Debería plantearse Ud. publicar en soporte papel para facilitar su difusión.

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  2. Me alegra saber que hay gente que me relee. Bienvenido/a, Monte Orbea. Gracias por tu proposición...

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  3. Me ha gustado. Te hace pensar lo gilipollas que somos. Nosotros mismos nos limitamos.

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