Piedra y Acero

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Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

5 de diciembre de 2011

¡Cállate!





—¡Ven aquí! Deja sentarse a ese señor.
—¡Gracias, joven, es usted muy amable!
—¿Eso ha sido un pedo, mami?
—¡Chiisss…!
—Pero, ¿ha sido un pedo?
—Iván, ¡Cállate!
—Ya, mami,… pero… ¿ha sido un pedo?
La madre, con un movimiento rápido, tapa la boca de su hijo y le regaña cerca del oído:
—¡Vale, Iván! ¡Eso no se dice! 
—¡Pero… güele… a pedooo! —Bajo la mano materna, la voz infantil retumba como eco chillón.

—¡¡Cállate!! —La madre coge la mochila de Spiderman, se la cuelga al hombro con su bolso, agarra al niño del brazo y, en volandas, lo saca del autobús. Camina unos pasos, se para y, agachándose a la altura del pequeño, lo zarandea gritándole: 
—¡Me tienes harta! Si te digo que te calles: ¡te callas! ¡Desobediente! ¡Estás castigado! ¡Ni chucherías ni dibujos de Spiderman! Eres un niño mal educado. Tienes que obedecer a los mayores.
—¡Mamá! ¡mamá! ¡mamita! ¡mami!...
Se siente humillada y desbordada. Hoy hablará seriamente con su marido. Mira a las mujeres de ese barrio: peinados de peluquería, vestidos elegantes, bolsos y zapatos de marca… ; ella arrastra a un niño de cuatro años que berrea llamando la atención.


—¡Mamá no me quiere! —solloza Iván.
—¡Claro que te quiere!
—No, solo quiere a la tía Leonor.
—… Te quiere mucho…, pero está cansada.
—¿Por qué está cansada, papi? Mamá no trabaja.
—¡Chiisss…! ¡Calla, no digas eso, Iván! Mamá trabaja en casa, y está contigo. Y se cansa.
—¿Por eso no me quiere? Porque la canso.
—¡Que sí te quiere! —Mira su reloj y, levantándose de la cama de su hijo, apaga la luz. —¡A dormir, Iván! Mañana, si te portas bien y no dices cosas feas de los mayores… ¡jugaremos a Spiderman!


—¿Qué pasa, Ana, ya te has confesado con tu hermana?
—¡Este niño!... ¿Ves lo que te digo? Le ha faltado tiempo para contarte lo de Leonor. Pues, así me hace con todo. Me pone en evidencia a cada momento. No se calla nada. No aguanto más, Antonio: va a volverme loca ¡No puedo tener intimidad con este pregonero!
—Y ¿qué te ha dicho la marquesa?
—Antonio, no la llames así, lo hace por nuestro bien. Eres injusto con ella y un… prepotente. Estaría encantada de prestárnoslo.
—“Prepotente” ¿Esa ha sido la palabra de hoy? Ana, solo presume delante de ti. Te lo he dicho un montón de veces: lo que le gustaría a la marquesa es tener un maromo como el tuyo, y no al estirado del banquero. —Deja el tenedor en el plato, se inclina hacia su mujer, le coge la barbilla y, sin moverse de la silla, la besa con ansiedad.
—… ¡Ay! Toño, cómo eres…
—Vamos, mujer, no friegues hoy… ¡ven al sofá!
—Antonio,… y ¿qué pasa con Iván? Cada día es una cosa. Hoy ha sido lo del pedo. Se cree que lo dice bajito porque susurra: ”¡Mamá huele a pedo!”, a grito pelao, y todo el mundo me mira, Antonio; y pensarán: “¡Vaya madre!, no sabe educar a su hijo”, y me muero de vergüenza, Antonio.
—¡Bah!, la gente entiende que es cosa de críos. —Se repanchinga en el sofá.
Ana comienza a recoger la mesa. Lleva todo a la cocina y se sienta con su marido.
—¿No friegas?... —la atrae hacia él y le acaricia el pecho.
—Toño, estoy de los nervios: ¡Mañana! ¿Qué le has dicho a Iván?
Antonio sube el volumen de la tele:
—¡Maricón! ¡Mariconazo, mariconazo! … ¡Qué cabrón! Igual se hace daño si para el balón.
—Baja la voz, cari...
—Mariconazo, mariconazo, cabrón, cabra, pedo. ¡Pedo, pedo y pedete! —Iván habla sonriendo entre sueños.
—Voy a fregar los platos… ¿Va a durar mucho el partido, cari? Si quieres plancho y te hago compañía.
—Lo que te apetezca, bombón: ¡elige tú!... ¡Mañana voy a ponerme la camisa rosa!
—Entonces, te la plancho.


—Seño, tengo pipí.
—Vale, Iván puedes salir.
—¡Hola, guapo! ¿Eres de la clase de la señorita Julia?
—Sí. Voy a hacer pis, he pedido permiso.
—Y ¿sabes tú solito…? El hombre echa un vistazo a ambos lados del pasillo. Mete prisa al niño, empujándolo por la espalda, y cierra la puerta, nervioso...
—¡Te ayudaré!
—…No, yo solo. Soy mayor… ¡No! ¡Ay!, me hace daño. ¡Mamá!, ¡mamiii…!
—¡Chiisss…! ¡Cállate! —Le tapa la boca con su mano pegajosa. No es la mano de mamá, pero Iván recuerda… y se calla.
A partir de ese día, su mamá le regaña por volver del cole, cada tarde, con los pantalones mojados.


(Petra Acero. 05/12/2011)


9 comentarios:

  1. ¡Me ha gustado mucho! Se nota que puedes escribir en cualquier registro. ¡Felicidades! Pobre niño, que a partir de la orden de su madre, se callará muchas cosas.

    ¡Un abrazo!

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  2. Está muy bien, no me esperaba ese final.

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  3. Me encanta tenerte aquí, Ciudad-ana. Gracias

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  4. Me gusta tu forma de escribir. Resulta fácil leerlo. ¡Qué pena!. ¡Cómo puede influir en los demás nuestro comportamiento!.Has hecho que me quede pensando en ese pobre niño.
    Sigue escribiendo.

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  5. Seguiré escribiendo. Me gusta tanto como tener lectoras como tú. Espero que disfrutes en mi blog.

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  6. He probado dos veces, pero como mis comentarios son fluidos de sentimientos o pensamientos que se disparan, pues he preferido no disparar...
    Por otro lado, está muy bien trabajado, me gustaría que ensayara el cultivar escenas más cotidianas en sus bandejitas literarias. Bueno, no me haga caso; haga lo que quiera, ... pero me gustaría. Convierta sus visiones, su psique, sus amigos, su familia, a su gato en literatura.

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  7. Que serios son sus trabajos.
    Aunque al empezar parezca broma
    Saludos

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    Respuestas
    1. Creo que los cuentos tienen que ser "serios", y que avancen sin enterarnos, como algo natural, del día a día. Impresionan más, calan más hondo. Los hacemos más nuestros... Aunque nos sorprenden, pensamos que nos puede pasar a cualquiera de nosotros. ¡No es ninguna novela! Los cuentos nos obligan a pensar.
      Espero que algo así te haya pasado al leer este relato...

      Un saludo, Apicultora.

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