Piedra y Acero

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Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

4 de febrero de 2018

Una Nariz Roja



Se me acercó con un montón de narices rojas. Caminaba despacio, con la mano extendida como una ciega —o como una loca que cree que lleva un puñado de cerezas o de gominolas, y no quiere que se le espachurre ninguna—. Me arrugué en el sillón. Ella, muda, cogió una y se la encajó en la nariz, luego me ofreció otra a mí. Bajé la mirada a mis calcetines nuevos —como mi pijama, mi bata y mi silla de ruedas—, todo era nuevo para mí. ¡Quería estar sola para “disfrutarlos”! Negué con un movimiento rabioso de cabeza, pero ella se agachó y, en cuclillas, me la acercó otra vez —como si yo fuera un animal herido y tratara de ganarse mi confianza—. Esta vez, le funcionó. Aburrida, cogí aquella nariz de payaso y me la puse. Era una situación ridícula: dos tontas mirándose la nariz. Sonreí —¡me extrañé!—. Entonces, como si mi gesto hubiera sido una contraseña pactada, ella me guiño un ojo y se marchó. 

Desde ese día, me visitó cada tarde. En ese corto espacio en el que mamá se acercaba a recoger a los pequeños al colegio y papá todavía no había llegado al hospital. Solo media hora, nuestro tiempo para volver el mundo al revés. Era un juego alucinante: ella hacía de mí y yo de ella. Hablábamos de cosas normales, pero desde un punto de vista diferente —yo, el de una persona sana, ella, el de una adolescente con cáncer—. ¡Moló! Y, al final, ¡me lo creí!... Creí en ella y en mí. Creí en el poder curativo de tener ganas: ganas de jugar, ganas de aprender, ganas de crear y compartir, ganas de vivir. 

Hasta que una tarde no vino a mi habitación. La esperé a la tarde siguiente y a la siguiente, también, pero no apareció. Entonces decidí actuar. Como en nuestro juego: si lograba engañar a la enfermedad, ¡yo ganaba! Salí con mi silla al pasillo —era mi primera vez—. Recorrí la galería. Ella se sentiría orgullosa. Ella… Nunca le pregunté su nombre ni qué hacía en el hospital: si era médico, enfermera o paciente. 

Y, ahora, pasado el tiempo, soy yo la que ocupa su lugar en estas habitaciones de jóvenes enfurruñadas con su suerte. Para demostrarles que la actitud puede cortar las alas al cáncer, y ¡que vuele más bajo!... 
Os tengo que dejar. Esta es la habitación de Olga, mi futura amiga. Voy a ofrecerle un puñado de narices rojas, como quien ofrece jugosas cerezas o dulces gominolas.

Esta es mi aportación para el Día Mundial contra el Cáncer , en Historias de superación que organiza Zenda (patrocinado por Iberdrola). 
En este enlace, podéis leer todas las propuestas recibidas y participar. Suerte!!  

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