Piedra y Acero

Mi foto
Soy como la PIEDRA: firme y resistente,... pero me deshago en ensoñaciones, y ¡me agrieto por contarlas!, por ayudarlas a escapar, a escurrirse como el ACERO fundido; relatando, en su huida, vidas inventadas y verdaderas mentiras.

13 de noviembre de 2011

El verdugo




Desde hace una semana, cada noche, lo busco en lo alto de las escaleras mecánicas. Al contraluz de las farolas reconozco su silueta desde abajo, desde la penumbra de la boca del metro. Subo, paso a su lado: el olor a desinfectante y humo de pipa me asaltan un instante. Entre la gente no me da miedo. Hoy, para observarlo, me quedo frente al escaparate de los coches de Scalextric. Lo pensé ayer, vigilándolo desde la zapatería. Cada día arriesgo más, pero si me mira o noto algún movimiento sospechoso, doblo la esquina y me alejo a paso firme y rápido, que no vea en mí, una presa fácil. Parece un matón a sueldo o un drogadicto.

El gran circuito de curvas, rampas y puentes está parado a estas horas, pero los dos pilotos rojos, intermitentes, del escaparate me distraen. Cuando vuelvo a mirar hacia la barandilla del metro, él ha desaparecido. Camino desilusionada, fracasada en mi tarea de detective. Mi sospechoso me ha dado esquinazo. Giro por la primera bocacalle, y me quedo paralizada. El matón con gabardina dos tallas más grande, cicatriz y cráneo brillante —cubierto, ahora, por un gorro de lana negra— viene hacia mí. Me ha engañado, se ha burlado de mi ridículo espionaje, y ahora me tiene frente a él, a su alcance: estoy muerta de miedo… De su mano derecha, huesuda y extremadamente blanca, cuelga un osito de peluche azul. En dos zancadas llega a mi lado, y dibuja una sonrisa tan dulce que olvido su fea cicatriz. El nuevo brillo de sus ojos me transmite ternura y seguridad. No avanzo ni un paso, me giro cuando una voz infantil, a mi espalda, grita sin respetar la noche.

—¡Papi!
Mi delincuente la coge en brazos. La pequeña le rodea el cuello y lo besa, sin importarle la cicatriz. Él mira de reojo a la mujer que acompaña a la niña, y ella lo acaricia con amor y tristeza. 
—Hoy te has acordado de traer a Blue… —la niña sigue hablando en brazos de su padre y aprieta al osito contra el pecho de ambos—. Mañana le diré que te acompañe al hospital, ¿vale, papi? 
—Vale, mi vida. 
Cuando pasan a mi lado oigo cómo mi temido criminal, mientras rodea la cintura de la mujer, le susurra con ternura:
⎯La quimioterapia, hoy en día, hace milagros. 

Mi víctima, junto a su familia, entra en el portal 24. Yo sigo sus pasos, cabizbaja, como verdugo avergonzado, hacia el número 26.

(Petra Acero. 13/11/11)


No hay comentarios:

Publicar un comentario